30 noviembre 2007

I.I. - Página 14

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Era la adecuada habitación para parir un crimen. Al entrar, uno respiraba madera. Mucho lustre, y barniz. Unos pasos más adelante, y sorteando un perchero, se advertía la altura del salón. El cielo raso se perdía en la oscuridad aunque, en la tenue luz que sobrevivía centímetros abajo, un águila mora embalsamada con sus alas abiertas, reflejaba en sus ojos de vidrio la lechosa luz de las lámparas. Dos espejos al fondo le conferían una falsa sensación de profundidad. En medio de éstos, una mini biblioteca, cuya torneada caoba valdría más que los libros allí dispuestos. Rondando rapaces entre las mesas de ajedrez y el escritorio, había otras tres personas.
Atrás del escritorio, yacía Santibáñez con un disparo en la cabeza. La sangre se había contagiado del matiz boscoso del asunto, y del musgo de la alfombra. Sobre el escritorio, a su vez, quedaría inmortalizada la apertura Petrov, en las dos caras de un libro y en un tablero a medio discurrir. Este hombre tan simple, tan infantilmente desparramado en el suelo con sus alas de sangre, no parecía dispuesto a revelarme mucho más.
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